De la queja al hecho no hay tanto trecho…
Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que me senté a escribir. Ha sido fruto en parte del ajetreo diario, en parte de un retiro autoimpuesto de internet.
El proceso había empezado algún tiempo antes de mi última entrada: nuevo trabajo, nuevos retos, nueva casa…y no tener televisión. Esto me permitió alejarme de mucha «basura» y desinformación, pero no era suficiente ya que las redes sociales de las que hacía uso se plagaban de malas noticias, protestas, reseñas de hechos y situaciones dolorosas, vergonzosas, terribles. Durante unos meses decidí no conectarme a ninguna de ellas, no leer, no ver, no oír. Analizándolo hoy me doy cuenta de que estaba saturada, dolorida y desesperanzada. Recuerdo perfectamente el domingo por la mañana en el que dije «hasta aquí» después de haber llorado de rabia y haber publicado en todas mis redes sociales ciertos artículos sobre lo indignante de la realidad. Recuerdo, también, que me sentía frustrada, rabiosa, avergonzada y cansada, muy cansada. Cansada de la queja, de la sensación de que solamente pataleamos como sociedad, de que internet hirviera de «tenemos que hacer algo» pero no hubiera acciones…
No creo que yo fuera la única, ni mucho menos, pero por alguna razón no parece que las acciones realmente «cuajen», y esto es profundamente humano. En mi práctica profesional, en mi vida diaria, encuentro muchas veces este desconcierto, este «sé que tengo que hacer algo pero no sé qué», la queja infructuosa sobre la vida (la crisis, la política, la pareja, el trabajo) que no se traduce en acciones para el cambio. ¿Y por qué? ¿Qué nos pasa como individuos? ¿Y como sociedad?
Sin pretender ser exhaustiva, he encontrado recurrentemente algunas razones (que seguro que alguien más experto podría ampliar y desarrollar, pero que me sirven como punto de partida en mi trabajo cada día):
1) Hablar siempre es más fácil que hacer. Verbalizar aquello que nos preocupa, que nos ofende o nos daña contribuye a aliviar la tensión y la rabia (momentáneamente). Para muchas personas, incluso para aquellas que se comprometen consigo mismas en un proceso de crecimiento personal, actuar para cambiar de forma efectiva su realidad es un paso complicado en el que afloran miedos, sobre todo a abandonar el «terreno conocido» que es el sufrimiento. Llevar a cabo acciones, además, supone comprometerse con ellas, poner en juego recursos y, sobre todo, asumir la responsabilidad sobre unas consecuencias frecuentemente inciertas.
2) Actuar supone cambiar la forma de mirar el mundo. Últimamente he estado leyendo y aprendiendo mucho de las investigaciones de Seligman, una de las máximas autoridades mundiales en psicología positiva (esto es, el estudio científico de la felicidad, el bienestar y el optimismo, entre otras cosas). Sus estudios sobre el optimismo y el pesimismo los describen como «estilos atribucionales», es decir, como teorías estables sobre las causas de los sucesos. Sin extenderme mucho (lo dejo para próximos post), vivimos en un entorno profundamente pesimista, favorecido por los mensajes de políticos y medios de comunicación, que se caracteriza por analizar muy concienzudamente los problemas y concluir que se deben a causas estables (no van a cambiar), generales (afectan a todos los ámbitos de la vida) e internas (somos culpables de lo que nos ocurre). Este tipo de atribución está detrás de patologías como la depresión y, cuando se traslada a un nivel social, del estado general de desesperanza en el que vivimos. De hecho, ¿no nos suena conocido el discurso de que «ya que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades ahora tenemos que enfrentarnos a las consecuencias» (causa interna), «apretarnos el cinturón en todos los niveles» (causa general) y «prepararnos para lo peor, porque va a durar» (causa estable)? La única manera de revertir esta tendencia es mediante la acción, cambiando la realidad, pero cuando el pesimismo está instalado siempre acude el «¿para qué?» a recordarnos que, de todos modos, no vamos a poder cambiar nada dadas las propias características de las causas. Estos mensajes nos llegan constantemente desde los medios de comunicación, los gobiernos, los mercados, pero no son necesariamente ciertos. De hecho, hay otra forma posible de analizar las situaciones, el estilo optimista (que no idealista). El optimismo analiza las causas de los problemas igual de concienzudamente, pero realiza atribuciones no estables (las causas son temporales), específicas (circunstanciales y concretas) y con el grado de responsabilidad bien delimitado (hay parte de las causas que provienen del azar y parte de la acción propia). Las investigaciones de Seligman encontraron que las personas optimistas se centraban en la búsqueda de soluciones y estas eran más creativas. Por lo tanto, no es que no haya solución y toque conformarse (ni en la consulta ni como sociedad), sino que hay que aprender a analizar la realidad de otra manera.
3) La naturaleza del cambio es gradual y este precisa de entrenamiento. Por mucho que nos gustaría poder chasquear los dedos y darle la vuelta a la realidad, casi todos los grandes cambios surgen de la acumulación de otros más pequeños, de aprendizajes graduales a lo largo del tiempo. Ni siquiera las revoluciones se producen de la noche a la mañana. Esto con frecuencia desanima ya que parece que, «si el problema es muy grande, no puedo hacer nada». Con frecuencia me encuentro con esta actitud en consulta, o en el aula, pero su única función es justificar la inmovilidad y disminuir, en lo posible, el malestar por no emprender acciones para el cambio. Como oí de alguien sabio hace algún tiempo, «la única forma de comerse un elefante es filete a filete». Sin embargo, es importante que en este proceso de fragmentar las tareas/problemas haya alguien pendiente de mantener la vista en cada avance, alguien que recuerde que cada paso es una reducción de la distancia a la meta. Esta es una de las labores que llevo a cabo como docente y como terapeuta, pero a nivel social se diluye en los mensajes de «sí, pero nos falta esto otro».
¿Qué hacer con todo esto? A mí, en este caso como en otros muchos, me viene a la mente un eslógan de hace algunos años que rezaba «piensa globalmente, actúa localmente», o sea, empezar por un@ mism@, analizar los propios problemas y situaciones de una forma más optimista y, desde ahí, extenderlo socialmente (por ejemplo, buscando soluciones a los conflictos, en lugar de perpetuarlos). Si queremos que «crisis» signifique «cambio» (personal, social, político) habrá que, efectivamente, empezar a cambiar la forma de ver y pensar el mundo…Total, la alternativa ya la conocemos…
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¿Qué hará nuestro personaje, una vez intuido o descubierto el mundo de los sentimientos profundos, de la alegría de compartir la intimidad, de tener relaciones significativas (de pareja, amistosas, familiares)?
Podría quedarse dentro, a resguardo de la luz, pero ya la conoce y no podrá quitársela de la cabeza. Podrá renegar de ella y embarcarse en relaciones sustitutorias que nunca lo harán feliz, porque en el fondo sabe que solamente son sucedáneos…O podría salir a la luz. ¿Y qué es lo que se lo impide? El MIEDO. Ese miedo gestado desde la más tierna infancia, aprendido, mamado, observado, alimentado por leyendas y mitologías sobre «el sufrimiento de amar», entre otras.
Y en este punto nos encontramos la mayoría. No queremos quedarnos, porque lo que hay no nos gusta, nos parece doloroso, frío, inhumano, pero conocido, y nos aterra salir. «¿Y si me hacen daño?», «¿y si doy y no recibo?», «¿y si no valgo para la persona que yo elija?», etc. Y cuando me llegan estas preguntas suelo devolver la siguiente: «¿Qué es lo peor que puede pasar si…(te abandonan, no te quieren, das y no recibes, etc.)?»
Y, realmente, ¿qué es lo peor? ¿De qué tenemos tanto miedo? ¿Qué herida se nos abrirá? Y casi siempre tiene que ver con el orgullo, con el autoconcepto, con quienes creemos que somos. Y ahí es donde se puede trabajar, donde cada uno y cada una puede ser dueñ@ de su destino y decidir, porque si sabemos quiénes somos, si aceptamos que somos grandes, buen@s, bell@s y dign@s de amor, a pesar de que hayamos fracasado con una persona en concreto, no habrá sufrimiento. Si aprendemos por qué o para qué elegimos esa relación en particular, qué de nuestra «oscuridad» pusimos allí, creceremos y podremos superarlo, sanaremos las heridas antiguas y nos ilusionaremos de nuevo.
Y la pregunta «estrella» entonces es: ¿Cómo? Y no hay una única respuesta, aunque para mí uno de los mejores instrumentos (si no el mejor) es iniciar un proceso terapéutico de crecimiento personal. y es «terapéutico» porque cura, porque sana las heridas, porque nos ayuda a seguir adelante sin rencor, sin heridas abiertas. Es un proceso largo, y a veces no muy fácil (es largo y complicado revertir años de vivir en la oscuridad, sobre todo si lo que aprendimos fue en nuestra infancia), pero posible.
«Se puede vivir con cicatrices, pero no con heridas abiertas», decía mi maestro de psicodrama, y tenía razón. Si estamos sangrando, ya sea por heridas nuevas o antiguas, nuestras fuerzas no nos permitirán romper el cristal, pero si nos sanamos, podremos volcar o romper cualquier urna, e ir a por aquello que queremos. Y también entenderemos sin amargura que a veces las cosas se terminan, y perdonaremos y nos perdonaremos los errores, y podremos seguir adelante sin rencor. Desde luego que no estoy prometiendo milagros, pero mi experiencia me dice que con esfuerzo y mirando cara a cara al miedo, poco a poco se puede vencer. De hecho, una vez que descorres las cortinas, la oscuridad se repliega y podemos ver lo que «en realidad» hay y, nos guste o no, aprender que es nuestro y vivir con ello.
Este post fue publicado originalmente en naskendi.blogspot.com
Filed under Crecimiento Personal, Liberación, Relaciones, Vida | Tags: Cambio, Crecimiento Emocional, Miedo, Relaciones | Comment (0)Reflexiones sobre el MIEDO (I)
Estamos enfermos/as de soledad y de miedo…y de miedo a la soledad. «¿Y si…?» es el condicional más utilizado en nuestras vidas cotidianas, y proviene directamente del miedo. Pero el miedo no es malo en sí mismo. Es una emoción básica y, como cada una de ellas, tiene un propósito y una función. En el caso del miedo, sirve para reaccionar ante una potencial amenaza, bien con la evitación (a través de la huida o de la paralización), bien con el ataque. Hasta aquí, todo correcto. Además, aprendemos a lo largo de la vida a qué hay que tenerle miedo y a qué no, de tal forma que esos aprendizajes garantizan nuestra supervivencia física y emocional. Correcto, también.
¿Dónde está el problema, entonces? Mi experiencia, tanto en lo profesional como en lo personal, me revela que el quid de la cuestión está en el desarrollo de miedos a situaciones, circunstancias o eventos que no deberían generar miedo. Para mí es especialmente llamativo comprobar, cada vez en más personas, el miedo a la intimidad emocional, a los sentimientos arraigados y profundos, a la confianza, al compromiso. Y me sorprende que, además, sufran profundamente por ello (lo expresen y reconozcan o no). Y este miedo no entiende de géneros ni de edades, aunque hace un tiempo parecía más propio de los hombres alrededor la treintena. Tristemente, hombres y mujeres, adolescentes, niñas y niños se pueden ver invadidos por este miedo que los obliga a vivir solos y aislados, ansiando abrirse y aterrados y aterradas de hacerlo.
En realidad, es muy parecido a vivir en una urna de cristal, viendo al otro lado lo que más se desea, pero sin atreverse a cogerlo. Y digo una urna de cristal porque la barrera es frágil, y podría ser rota con mucha facilidad por la persona, y podría abrazar el sentimiento, el objeto de su deseo, sin ningún impedimento realmente grande. ¿Por qué no lo hace, por qué no lo hacemos, entonces? Imaginemos por un momento que, desde que nacimos, las personas a las que más queremos, las que garantizan nuestra supervivencia afectiva y física, nos hubieran dicho que la luz del sol es mala. Imaginemos que, aunque jamás nos lo hubieran dicho con palabras, nunca hubieran salido de casa durante el día, nunca hubieran permitido que la luz se filtrara por las ventanas, que se hubieran mostrado angustiadas, asustadas o rabiosas si hubiéramos intentado asomar la punta de la nariz y sentir un resquicio de luz. ¿Qué habría pasado con nosotros y nosotras? ¿Qué habríamos aprendido? Por una parte, con el paso de los años, nuestros ojos y nuestra piel serían tan sensibles a la luz que en un principio nos cegaría y nos abrasaría la piel. Las sensaciones serían muy intensas, y probablemente dolorosas con el paso de los años. Además, habríamos aprendido y asimilado como algo natural vivir en la noche, no salir al sol, y nos daría miedo pensar siquiera en hacerlo. Sin embargo, habría historias de «aquellos y aquellas que salieron a la luz», u oiremos risas y sonidos de juegos fuera durante las horas del día. Habrá quien entonces se pregunte por la luz, por cómo sería sentirla, por cómo sobreviven quienes están «allí»…y se asomará. Y entonces, superada la ceguera inicial, una vez que sus ojos se vayan acostumbrando y su piel lo soporte, podrá mirar y ver lo que hay allí. Y se asombrará, y lo deseará, porque los seres humanos estamos hechos para buscar y desear la seguridad, el reconocimiento y el afecto en la relación con los otros. Y entonces «lo oscuro» le parecerá insuficiente, gris, privado de colores, un mundo dominado por el miedo, por la rabia, por la incertidumbre. ¿Y qué hará entonces?…
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Filed under Crecimiento Personal, Liberación, Relaciones, Vida | Tags: Cambio, Crecimiento Emocional, Miedo, Relaciones | Comments (2)«Se nos acabó el amor de tanto usarlo», esa gran mentira
Situación de consulta: hombre, cuarenta y tantos años, casado con dos hijos adolescentes, más de veinte años con su pareja. Quiere divorciarse porque hace tres años que ha conocido a otra persona de la que se ha «enamorado» y con la que quiere compartir su vida. ¿Por qué no deja a su mujer?. «Es tan buena. Lo sabe todo pero, aún así, lo aguanta. Yo la quiero, pero no estoy enamorado. Quizá el mayor problema es que no hay problema».
Situación de consulta (II): mujer, alrededor de los treinta, convive con su pareja desde hace cuatro años. Ha perdido la ilusión por la pareja, ya no le atrae físicamente, no mantienen relaciones sexuales, pero sin embargo conviven perfectamente. ¿Ha pensado terminar la relación, dejar de vivir juntos? «Lo he pensado, pero yo le quiero mucho. Lo que ocurre es que ya no es lo de antes. Ahora somos sobre todo amigos. Pero me atrae otra persona y ahora me siento mal». No son los únicos, pero son dos buenos ejemplos de casos en los que, sin haber peleas, desengaños o grandes conflictos, la llama del amor parece haberse acabado. Y cada vez llegan a mí, tanto profesional como personalmente, más casos de este tipo. ¿Qué está pasando?
El psicólogo norteamericano Robert Sternberg formuló una teoría sobre el amor que quizá nos pueda ayudar a entender un poco estas situaciones (no necesariamente recoge todos los aspectos del amor, pero es una buena referencia a la hora de entender ciertos problemas). Así, definió los distintos tipos de amor en función de la combinación de tres elementos esenciales: intimidad (sentimientos que promueven al acercamiento, la vinculación), pasión (intenso deseo de unión con el otro) y compromiso (decisión de amar al otro y mantener ese amor). De esta manera, surgen siete tipos diferentes de sentimientos:
- Cariño: el sentimiento íntimo de las verdaderas amistades, un vínculo de cercanía sin pasión física ni compromiso a largo plazo.
- Encaprichamiento: o «amor a primera vista». Carece de intimidad y compromiso, por lo que puede desaparecer en cualquier momento.
- Amor vacío: unión por compromiso, sin pasión ni intimidad (bien porque aún no existen, como en los matrimonios «arreglados», bien porque se perdieron), pero hay una sensación de respeto y reciprocidad.
- Amor romántico: Unión emocional y física, mezcla de intimidad y pasión.
- Amor sociable Unión por intimidad y compromiso, pero sin pasión. Es común en personas que comparten la vida, aunque no existe deseo sexual ni físico, como en la familia y en los amigos profundos.
- Amor fatuo Se da en relaciones en las que el compromiso es motivado en su mayor parte por la pasión, sin intimidad real.
- Amor consumado o completo Sería la relación ideal hacia la que todos quieren ir pero que aparentemente pocos alcanzan.
Sin embargo, Sternberg señala que mantener un amor consumado puede ser aún más difícil que llegar a él, y que los componentes del amor deben traducirse en acciones. El amor completo puede no ser permanente si no es alimentado de acciones día a día, hora a hora. Si pierde alguno de sus componentes, se transformará en otra de las formas del amor, pero esto no quiere decir necesariamente que esta forma sea la que buscan las partes de la pareja. ¿Qué ocurre entonces? No hay una respuesta única, porque cada pareja y cada ser humano son únicos y deciden qué desean para su vida, pero cada vez con mayor frecuencia me encuentro con parejas varadas en un amor sociable, en el mejor de los casos, pero que se sienten desagraciadas. Han perdido la pasión, el deseo, el misterio. Y ya digo que éste es el mejor de los casos, ya que otras veces las relaciones han perdido incluso la intimidad y se mantienen por compromiso…
¿Qué hacer? Sternberg nos lo deja claro: ACTUAR. Pudiera ser que llegáramos tarde, o que esa relación ya no nos compensara mantenerla por alguna razón (la experiencia me dice que la razón principal de no mantenerla es que se ha entablado una relación nueva). En cualquier caso, la lección es válida para cualquier relación amorosa (no necesariamente de pareja) que establezcamos, y sobre todo si aspiramos a mantener una relación de amor completo. El amor no cambia, sus componentes no se pierden por «usarlos», como decía la canción, sino al contrario. Quizá la pasión sea el ejemplo más claro, aunque ocurre lo mismo con la intimidad y el compromiso: todos los componentes del amor deben ser mimados, actualizados, llevados a la práctica en acciones cotidianas y no tan cotidianas. Establecer una relación «ideal» y echarnos a dormir es una garantía prácticamente segura de que no se mantendrá tal como la queríamos, y de que tras su cambio habrá desilusión, dolor, tristeza.
Bien es cierto que hay personas que son felices con otros tipos de amor, y a las que no parece resultarles negativa la pérdida o cambio de alguno de los componentes de la relación. Estas personas serán felices con lo que tengan, lo cual redundará en su bienestar, pero mi experiencia me dice, también, que son las menos…
«Sin expresión, hasta el amor más grande puede morir» (R. Sternberg).
Esta entrada fue originalmente publicada en naskendi.blogspot.com
Filed under Pareja, Relaciones, Vida | Tags: Amor, Compromiso, Miedo, Pareja, Relaciones | Comment (0)¿Año nuevo?
Ahora que han pasado las fiestas, que casi han terminado las rebajas y que hemos tenido casi dos meses para olvidar o desechar nuestros propósitos de año nuevo, ¿quién de nosotr@s ha cambiado realmente algo de aquello que se proponía modificar? Mi experiencia (profesional y personal) me dice que los proyectos, los buenos propósitos y los deseos de cambio caen con frecuencia en el olvido, o en el “más adelante”, “no tengo tiempo”, “el mes que viene…”. Tampoco conseguimos, con mucha frecuencia, dejar atrás los viejos dolores, los hábitos antiguos, las formas en que veníamos comportándonos, sintiéndonos, viviendo…
Al hilo de estas reflexiones encontré el otro día un post en un blog que suelo leer. Lamentablemente, es en inglés, pero he decidido traducir la entrada original, ya que me parece que contiene una información muy interesante y muy valiosa.
¡Espero que lo disfrutes!
LIBERARSE DEL PASADO Y DESATASCARSE
Nota del Editor: Ésta es una contribución de Sam Russell
“Si estamos mirando en la dirección adecuada, todo lo que tenemos que hacer es continuar caminando” (Proverbio)
Hace un año que me tropecé con “Tiny Buddha”. En aquel tiempo yo me encontraba en un momento difícil emocional, mental y físicamente.
Sentía como si la vida no tuviera sentido y no hubiera nada en el mundo para mí: ni lugar, ni esperanza, ni oportunidades, ni alivio para el dolor y el cansancio crónicos, ni amor. Había tirado la toalla.
Pasaba los días contemplando las paredes y mi ordenador, tratando de encontrar algo que me hiciera sentir mejor (que me hiciera sentir algo), pero no aparecía.
Eso era lo que estaba sintiendo en definitiva: nada ni nadie aparecían para salvarme.
Después de ver un post en Twitter, encontré algunos posts sobre la felicidad. Allí aprendí que me estaba permitido divertirme y sentirme alegre.
Me enseñaron que no tenía que liberarme o aliviarme de una infancia que fue dolorosa y traumática, sino que podía vivir la vida que siempre había soñado, a pesar de haber sido una niña perdida, herida y solitaria. Podía vivir la vida que deseaba ahora, como adulta.
Cuanto más leía, más dejaba ir mi mentalidad de víctima. Había sufrido mucho maltrato psicológico y emocional cuando era niña, gran parte de él en secreto y no revelado hoy en día ni siquiera a mi familia, pero mientras me sumergía en la sabiduría de otras personas, pude abrir mi ser a ese pasado y reconciliarme con él.
Me ha llevado mucho tiempo hacer esto, y es algo que todavía sigo haciendo. Todos los días dejo ir algo y sigo adelante.
Poco después vi que podía escribir en el blog. Me llevó días decidirme a mandar ese mail, porque lo percibía como un gran riesgo, pero estaba decidida a salir ahí fuera, a mostrarme, con la esperanza de que alguien reconociera que el bien que yo sentía que había en mí estaba realmente ahí.
Este pequeño paso fue el principio del cambio.
En el último año he transformado completamente mi actitud. He trabajado duro para ser mejor persona, para abrirme a la alegría, la compasión y el perdón, y para reconstruir mi confianza e ir a por aquello que deseo.
Las cosas en mi vida siguen siendo inciertas y me dan miedo a veces, pero la diferencia entre ahora y entonces es que hace un año no estaba avanzando. Estaba anclada en un punto y mirando hacia atrás, al desastre que era mi vida.
Creo que tod@s hemos estado ahí: nos preocupamos tanto de las cosas que HAN PASADO que nos olvidamos de las que ESTÁN PASANDO AHORA.
Hacemos esto naturalmente de forma cotidiana cuando recontamos nuestro día a nuestra familia y amigos, sobre todo si hemos tenido un mal día en el trabajo o nos pilló un atasco.
No creo que haya nada de malo en este tipo de desahogo. El problema viene cuando no solamente olvidamos las cosas buenas que nos han ocurrido durante el día, sino que tampoco somos capaces de reconocer las cosas hermosas que nos están ocurriendo EN ESTE MOMENTO.
Yo casi nunca me daba cuenta de esas cosas. Estaba demasiado ocupada reviviendo momentos en los que me había sentido humillada, amenazada y aterrorizada, y preguntándome por qué me habían tenido que ocurrir a mí.
Dándome cuenta de que estaba viviendo en el pasado, decidí hacer una limpieza mental, espiritual y física. Me confronté con mis recuerdos dolorosos y decidí que no quería pasar más tiempo agonizando en ellos.
Pero primero necesitaba sentir el miedo, la rabia, el dolor, y empaparme de ellos.
Después necesité recordar la lección del perdón. Cuando acepté que todas las personas somos vulnerables y merecen compasión, pude finalmente perdonar a las personas que me hicieron daño. Y me perdoné a mí misma por haber creído que me lo merecía.
Esto significó para mí desarrollar algunos principios éticos espirituales:
Intento extender mi compasión a todos los seres vivos, de los profesores que me acosaron a las arañas que me asustan.
Intento reconocer cuándo necesito escuchar en lugar de hablar.
Cuando me levanto, pienso en todas las cosas por las que estoy agradecida y planeo tres cosas simples que hacer durante el día para mejorar mi vida y la de los que me rodean.
Intento controlar y liberar mi mal genio de forma segura y artística, en lugar de explotar y darme golpes de pecho.
Finalmente, intento por todos los medios no juzgar y, si lo hago, me abro a lo que esa persona debe de estar sintiendo en ese momento.
Estas cosas me han ayudado a ser más compasiva, calmada y abierta, y me ayudan a mantenerme así en la paciencia y en la consciencia.
Creo que tod@s necesitamos un plan para mantenernos en el presente y aprovechar el día.
Piénsalo: ¿Con qué frecuencia te olvidas de todo lo demás y te concentras en lo que está pasando AHORA? Yo creo (de hecho, sé) que prestar atención al ahora puede hacerte más feliz y ayudarte a revolver los problemas que parecían sin solución. ¿Cómo? Saca del foco de atención aquellas cosas por las que no puedes hacer nada, los momentos que ya han pasado.
Mi futuro no está para nada claro, pero ya no estoy asustada por nada de esto, sino entusiasmada. Cuando lo pienso, me asombro de haber estado atascada tanto tiempo reviviendo momentos inútiles, en lugar de dejarlo todo ir y aprender cosas nuevas e interesantes.
Así que mi promesa para este año es dejar de mirar hacia atrás y empezar a mirar hacia delante. Mis metas y sueños no están en mi pasado, sino en mí, aquí y ahora, y lo único que tengo que hacer es recogerlas y caminar con ellas para llegar al futuro que visualizo.
Esto es lo que tod@s nosotr@s tenemos que hacer: abrirnos a los cambios grandes y positivos empezando por cambiar nosotr@s primero.
Estoy preparada para los desafíos. Estoy preparada para dejar de remover y recrearme en las cosas malas que me ocurrieron en el pasado, para así poder crear cosas buenas para el futuro. No voy a hacer conjeturas sobre cómo serán. Mi camino está aquí en este momento, y lo que importa es que, finalmente, estoy mirando en la dirección adecuada.
¿Y tú?
Puedes leer el post original en http://tinybuddha.com/blog/releasing-the-past-and-getting-unstuck/
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