¿Quién soy? Pregúntate mejor de dónde vienes…

marzo 28th, 2011

El pasado viernes me preguntaron en una entrevista de trabajo (para un puesto fantástico, por otra parte) qué era lo que me movía a hacer lo que hago, por qué me gustaba trabajar con personas en situaciones tan difíciles como el duelo (perinatal o no), las separaciones, las crisis. Me preguntaron si era porque me hacía sentirme bien, porque alguien tenía que hacerlo y ésa era yo, o por qué…En ese momento respondí que me gusta trabajar con los momentos de crisis porque son grandísimas oportunidades de crecimiento y porque, si se sientan unas bases adecuadas, se pueden elaborar esos procesos, esas vivencias, de tal forma que transformen y hagan crecer (mientras que, al contrario, pueden producir resultados dolorosos y de gran influencia en el resto de la vida).

Sin embargo, he estado pensando sobre ello estos días, y creo que no es solamente por esto… Cuanto más pasa el tiempo, más trabajo y más aprendo, más me doy cuenta de cómo nuestros orígenes, nuestra familia en particular, influye, determina, cómo vemos el mundo, cómo nos relacionamos con el entorno y con los demás. Al hilo de esta reflexión me he dado cuenta que de dónde vengo forma parte de mí y, muy particularmente, ha influido en que yo me dedique a esto de la salud, los procesos de cambio y las personas, en general…Porque no es por casualidad que mi abuelo materno, mis padres y muchos de mis tíos y tías se dediquen a la medicina u otras profesiones sanitarias.

Trascendiendo el hecho de la rama en particular, recuerdo desde siempre a mi padre hablar con pasión de su trabajo (a pesar de estar trabajando a destajo y sin tiempo para poder dar el trato que querría). Siempre se le ha iluminado la cara cuando ha contado en casa cómo ha hecho un diagnóstico importante con pocos datos, cómo algún/a paciente se ha recuperado, qué le han contado cuando han ido simplemente de visita o cuando trae a casa tarjetas de agradecimiento y obsequios. También me viene a la mente una frase suya que resume no solamente su situación, sino la de much@s profesionales sanitari@s (y, probablemente, de docentes y otros servicios públicos): “A mí la medicina me encanta, lo que no me gusta es trabajar en las condiciones en que trabajo, con saturación y sin tiempo…”

De mi madre, además de su gran meticulosidad con su trabajo, tengo claramente el recuerdo de describir procesos lentos y difíciles que, al final, han conseguido resolver para bien de la persona, o sus valiosísimas lecciones sobre obstetricia: “el embarazo no es una enfermedad”, “parir no debería necesitar de una anestesia”, “la oxitocina sintética produce contracciones muy dolorosas y sin tiempo a descansar” (fruto de su experiencia), “la posición de parir es para que el/la ginecólog@ vea, no para que la mujer para mejor”.

¿Por qué me dedico a trabajar con personas? Pues porque tengo la suerte de tener una familia que me ha enseñado el valor de dedicarme a una profesión cuyo objetivo va más allá de mi persona y se extiende hacia el bienestar de los demás. Que yo haya elegido dedicarme a la salud emocional (del “alma”, que dirían l@s romántic@s) es una cuestión de afinidad o gusto personal, pero soy afortunada de haber crecido en este entorno en el que el bienestar de otr@s es un modo de vida.

¿Y tú, qué de lo que eres tienes que agradecérselo a tu familia? Con frecuencia caemos (y más en trabajos como el mío) en ver exclusivamente lo malo que aprendemos en el entorno familiar, lo que nos ha faltado, lo que nos ha dañado…Hoy propongo el ejercicio contrario: ¿Qué has ganado, has aprendido, de tu familia? ¿Por qué cosas buenas y valiosas debes dar las gracias? Seguro que hay, al menos, una cosa y, de paso, es un excelente ejercicio para cambiar el foco de atención y tener un pensamiento positivo…

 

PD: Hoy mis padres cumplen 30 años de matrimonio. Mamá, papá, FELICIDADES.

Los valores que se heredan. Mensajes y palabras

marzo 15th, 2011

Ayer me ocurrió algo curioso: salí a la calle y me crucé con un padre y su hijo. El niño debía rondar los seis años y, por lo que deduje, le acababa de contar a su padre que había solucionado algún problema diciéndoselo a la profesora. Lo que me dejó perpleja fue la respuesta de este padre, algo así como «gallo cantor acaba en el asador» pero mucho más madrileño y bastante más malsonante. A lo que añadió a continuación «los problemas hay que resolvérselos solo». Tengo que decir que me quedé pensando en varias cosas:

1) ¿Qué tipo de educación está recibiendo un niño que no puede recurrir a los adultos de confianza cuando tiene problemas?

2) ¿Qué impulsa a un padre a recriminar a su hijo por recurrir al adulto responsable de su grupo en el colegio?

3) ¿Hasta qué punto esto de ser individuales y no necesitar a los demás puede hacer daño a nuestros hijxs? ¿Qué están recibiendo? ¿Deben aprender que están solxs en el mundo y que solamente pueden contar consigo mismxs o merece la pena que sean educados en el amor, en el respeto y, por qué no, en la seguridad de que ante los problemas van a ser apoyadxs y comprendidxs?

Entiendo que este padre pretendía que su hijo comenzase a aprender que esta vida es dura y que solamente con nuestros recursos podemos salir adelante. Bien, es hasta cierto punto cierto. Pero también es cierto que lxs niñxs necesitan sentirse protegidxs y arropadxs, y que solamente quienes han sido criadxs así desarrollan una autoestima alta y una autoimagen positiva, recursos indispensables para enfrentarse a la tarea que es vivir de forma exitosa. No dudo de que este padre perseguía este objetivo, ¿pero con qué medios y a qué precio?

Las palabras no son neutras en cuanto a sus connotaciones, y un mensaje como el que presencié ayer, lejos de alcanzar su objetivo, lo que puede promover en este niño es la sensación de que no vale lo suficiente porque no es capaz de arreglárselas solo, de que es un cobarde, o un inútil, o un «llorica» por necesitar ayuda de los demás. ¿Qué tipo de niñxs y de adolescentes pueden producir estos mensajes? ¿Cuántxs de ellxs están expuestxs a mensajes como este cada día? No es de extrañar que crezcan las tasas de lxs que se refugian en la evasión fácil (salidas, videojuegos, drogas, sexo a cambio de afecto) si no han recibido amor, apoyo, comprensión, aceptación y cariño desde el momento mismo de su nacimiento.

¿Y cuántxs de nosotrxs hemos recibido mensajes como éstos o similares? El primer paso para desarmar sus efectos es hacernos conscientes de que están ahí…

Esta entrada fue originalmente publicada en www.naskendi.blogspot.com

«Se nos acabó el amor de tanto usarlo», esa gran mentira

marzo 3rd, 2011

Situación de consulta: hombre, cuarenta y tantos años, casado con dos hijos adolescentes, más de veinte años con su pareja. Quiere divorciarse porque hace tres años que ha conocido a otra persona de la que se ha «enamorado» y con la que quiere compartir su vida. ¿Por qué no deja a su mujer?. «Es tan buena. Lo sabe todo pero, aún así, lo aguanta. Yo la quiero, pero no estoy enamorado. Quizá el mayor problema es que no hay problema».

Situación de consulta (II): mujer, alrededor de los treinta, convive con su pareja desde hace cuatro años. Ha perdido la ilusión por la pareja, ya no le atrae físicamente, no mantienen relaciones sexuales, pero sin embargo conviven perfectamente. ¿Ha pensado terminar la relación, dejar de vivir juntos? «Lo he pensado, pero yo le quiero mucho. Lo que ocurre es que ya no es lo de antes. Ahora somos sobre todo amigos. Pero me atrae otra persona y ahora me siento mal». No son los únicos, pero son dos buenos ejemplos de casos en los que, sin haber peleas, desengaños o grandes conflictos, la llama del amor parece haberse acabado. Y cada vez llegan a mí, tanto profesional como personalmente, más casos de este tipo. ¿Qué está pasando?

El psicólogo norteamericano Robert Sternberg formuló una teoría sobre el amor que quizá nos pueda ayudar a entender un poco estas situaciones (no necesariamente recoge todos los aspectos del amor, pero es una buena referencia a la hora de entender ciertos problemas). Así, definió los distintos tipos de amor en función de la combinación de tres elementos esenciales: intimidad (sentimientos que promueven al acercamiento, la vinculación), pasión (intenso deseo de unión con el otro) y compromiso (decisión de amar al otro y mantener ese amor). De esta manera, surgen siete tipos diferentes de sentimientos:

  1. Cariño: el sentimiento íntimo de las verdaderas amistades, un vínculo de cercanía sin pasión física ni compromiso a largo plazo.
  2. Encaprichamiento: o «amor a primera vista». Carece de intimidad y compromiso, por lo que puede desaparecer en cualquier momento.
  3. Amor vacío: unión por compromiso, sin pasión ni intimidad (bien porque aún no existen, como en los matrimonios «arreglados», bien porque se perdieron), pero hay una sensación de respeto y reciprocidad.
  4. Amor romántico: Unión emocional y física, mezcla de intimidad y pasión.
  5. Amor sociable Unión por intimidad y compromiso, pero sin pasión. Es común en personas que comparten la vida, aunque no existe deseo sexual ni físico, como en la familia y en los amigos profundos.
  6. Amor fatuo Se da en relaciones en las que el compromiso es motivado en su mayor parte por la pasión, sin intimidad real.
  7. Amor consumado o completo Sería la relación ideal hacia la que todos quieren ir pero que aparentemente pocos alcanzan.

Sin embargo, Sternberg señala que mantener un amor consumado puede ser aún más difícil que llegar a él, y que los componentes del amor deben traducirse en acciones. El amor completo puede no ser permanente si no es alimentado de acciones día a día, hora a hora. Si pierde alguno de sus componentes, se transformará en otra de las formas del amor, pero esto no quiere decir necesariamente que esta forma sea la que buscan las partes de la pareja. ¿Qué ocurre entonces? No hay una respuesta única, porque cada pareja y cada ser humano son únicos y deciden qué desean para su vida, pero cada vez con mayor frecuencia me encuentro con parejas varadas en un amor sociable, en el mejor de los casos, pero que se sienten desagraciadas. Han perdido la pasión, el deseo, el misterio. Y ya digo que éste es el mejor de los casos, ya que otras veces las relaciones han perdido incluso la intimidad y se mantienen por compromiso…

¿Qué hacer? Sternberg nos lo deja claro: ACTUAR. Pudiera ser que llegáramos tarde, o que esa relación ya no nos compensara mantenerla por alguna razón (la experiencia me dice que la razón principal de no mantenerla es que se ha entablado una relación nueva). En cualquier caso, la lección es válida para cualquier relación amorosa (no necesariamente de pareja) que establezcamos, y sobre todo si aspiramos a mantener una relación de amor completo. El amor no cambia, sus componentes no se pierden por «usarlos», como decía la canción, sino al contrario. Quizá la pasión sea el ejemplo más claro, aunque ocurre lo mismo con la intimidad y el compromiso: todos los componentes del amor deben ser mimados, actualizados, llevados a la práctica en acciones cotidianas y no tan cotidianas. Establecer una relación «ideal» y echarnos a dormir es una garantía prácticamente segura de que no se mantendrá tal como la queríamos, y de que tras su cambio habrá desilusión, dolor, tristeza.

Bien es cierto que hay personas que son felices con otros tipos de amor, y a las que no parece resultarles negativa la pérdida o cambio de alguno de los componentes de la relación. Estas personas serán felices con lo que tengan, lo cual redundará en su bienestar, pero mi experiencia me dice, también, que son las menos…

«Sin expresión, hasta el amor más grande puede morir» (R. Sternberg).

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